LA CABEZA DEL HOGAR
Jesús comparaba la construcción de una familia con la construcción de una casa, Él decía que “un hombre sabio construye sobre la roca y cava hasta encontrarla”. Es decir que hay que tomarse el trabajo de construir los cimientos.
La casa que nosotros construimos como hijos de Dios debe apuntar al original del diseño que nuestro Padre pensó: un hombre y una mujer que son diferentes, que mantienen su capacidad individual de decisión y como resultado diariamente se eligen. Imagínate que perdiéramos nuestra capacidad de elegir.
Cada aniversario no tendría ninguna importancia ya que el otro estaría ahí simplemente porque no tuvo más remedio, se ató el día que se casó y a partir de ese momento perdió su capacidad de decisión. Pero nuestros aniversarios tienen valor, porque uno eligió quedarse al lado del otro.
Pensando en estas construcciones —y esto es algo que a los matrimonios pastorales nos sucede con frecuencia—, nos quedamos más pendientes de lo estético que de aquello que es de fondo. Nos preocupa si la casa la vamos a pintar de amarillo o de blanco, si el techo será de tejas o de chapas. Los “cómos”, las formas que se ven, la manera en que nos tratamos, la forma en que nos comunicamos, también forma parte de lo estético, y con esto no quiero decir que la comunicación no sea importante.
La estética del matrimonio tiene que ver con cuestiones secundarias que suelen ser las que les preocupan a las mujeres. Hace cinco o seis años, tuvimos la bendición de poder comprar nuestra casa, después de haber alquilado durante dieciocho años. Cuando llegamos a la propiedad, lo que me preocupaba era el estado de las cañerías, por lo que quería hacer pozos para ver si debajo de los cimientos estaba todo bien o tenía que hacer alguna zapata. Mi señora no quería gastar dinero en eso, porque ella estaba preocupada por el color de la pintura. Recuerdo que me preguntaba: “¿Y nos alcanza para hacer el pozo y pintar?”. “No, pero no importa, porque si viene humedad y no resolvemos desde abajo, aunque pintemos se volverá a arruinar”. “Claro, tienes razón, ¿pero podremos pintar?”. “Sí, vamos a pintar”. “¿Y de qué color?”. “Bueno, no importa el color, mi amor, elígelo tú”. “Es importante que lo elijamos juntos.”
Por estas cosas es que el varón está llamado a ser “la cabeza del hogar”. Nuestro desafío de liderar la casa no tiene que ver con mandar sin contener, o con tomar sin dar, sino con asumir y mantener la responsabilidad de conducir el hogar. Se trata de un lugar que consensuamos, que dialogamos, que determinamos juntos, sobre el que nos ponemos de acuerdo. Elegimos juntos a dónde vamos, pero uno solo tendrá el volante, y es el varón quien debe asumir esa responsabilidad. ¿Por qué? Porque la responsabilidad del liderazgo asume la responsabilidad del error.
Cuando un varón le dice a su mujer muy seguido: “Hacemos lo que tú quieras”, también le está diciendo: “Si nos equivocamos es tu culpa”. Entonces, charlémoslo todo, pongámonos de acuerdo en todo. El varón tiene que animarse a liderar para no dejar en la espalda de su mujer la posibilidad del costo del error. Por supuesto, él estará más dispuesto a hacerlo si ella elimina de su lenguaje frases como: “Te lo dije”, “yo sabía”, “siempre lo mismo”, “tú no cambias más”, y sus derivados.
El matrimonio se construye y se revisa desde el concepto de las bases. Elegimos dónde estará el baño, dónde estará el dormitorio, dónde estará la cocina, etc., porque después, cuando la construcción avance, cambiarlo será mucho trabajo. Las bases son los principios de la vida matrimonial pastoral.
Llevo casi 30 años de casado y me he dado cuenta de algo: a nadie le sale todo bien. Debe haber entre diez y doce principios en la construcción matrimonial que son importantes, dejando de lado los obvios como la fidelidad, que es algo que damos por sentado. Pero además de los principios obvios, hay una lista de principios muy importantes para construir un matrimonio sólido y que sea lo más parecido al original que Dios tenía en mente. La comunicación es uno de ellos. La expresión de afecto, la forma en que nuestra pareja necesita recibirlo, es otro.
“Pastor, mi esposa está insoportable, me pide todo el tiempo que le diga que la quiero”, me han dicho. “Bueno, está bien, ¿y tú cuando fue la última vez que se lo dijiste?”, fue mi pregunta. “Se lo dije cuando nos casamos, y cuando cambie de opinión, le avisaré”. La expresión de afecto no es de acuerdo con lo que yo sé o puedo dar, sino que tiene que ver con lo que el otro necesita recibir en la forma que necesita recibirlo, con tener planes comunes, dialogados, no dados por sentado.
Hay muchos matrimonios que tienen problemas porque no saben adónde van y, a pesar de tener los dos buenas intenciones y de amar ambos a Cristo profundamente, terminan sintiendo tensiones porque dan por sentado que, a causa de que se aman y aman a Dios, todo saldrá bien. Pero ya sabemos que eso no funciona así. Uno puede amar a Dios y amar al otro y aun así tener conflictos, porque se trata de un viaje. Y cuando uno va de viaje, ¿qué es lo primero que elige? El destino. Y luego, dependiendo de dónde va, elige la ruta y el equipaje. Si te gusta la montaña, llevas botas, no llevas ojotas. ¿Es pecado usar ojotas? No es pecado. A mí me gustan las botas, pero en la playa no sirven. En el matrimonio es lo mismo.
La Biblia dice que sin visión, un pueblo, una familia, una iglesia o una persona perecen. La palabra perecer tiene que ver con “perder identidad”, no con morir físicamente. De manera que en tu matrimonio cada tanto deberías revisar si los planos que hiciste de la construcción de la casa siguen siendo los mismos que los dos quieren o si a ella no se le ocurrió que quizás la cocina tendría que ir allá y el baño de este lado, es posible que hasta quiera darte una sorpresa, pero tú piensas lo contrario. Por eso, deberías revisarlos en el nombre de Jesús, con todo amor, para no hacer cosas que al otro le hagan mal. Eso ocurre cuando no tenemos en claro qué estamos construyendo. Tú y yo necesitamos revisar cada tanto qué estamos construyendo en nuestros matrimonios.
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