COBRA KAI Y LA PANDEMIA MUNDIAL DE ORFANDAD
Por eso, cuando mi hijo Ezequiel me contó que Daniel Larusso y compañía estaban de vuelta después de 36 años, en la serie Cobra Kai de Netflix, no veía la hora de revivir aquellos gloriosos combates de Karate, la épica del chico débil venciendo a sus hostigadores, la sabiduría del señor Miyagi…
Superficialmente la serie es una típica comedia de aventuras para toda la familia, con esos guiños ochentosos característicos de las producciones multigeneracionales que buscan sentar en un mismo sillón a un padre de cuarenta o cincuentaitantos años y a su hijo adolescente. Pero en el fondo, detrás de una trama llena de Karate, gags trillados y amoríos de high school, se esconde el tema que atraviesa a todos los personajes de la historia, un verdadero drama que, paradójicamente, expresa todo lo contrario a la escena tierna de un padre abrazado a su hijo. El tema de la serie es el hambre de paternidad.
En su artículo “La orfandad funcional de los adolescentes”, el reconocido experto en vínculos Sergio Sinay observó que hace ya bastante tiempo que las ficciones más populares de plataformas digitales como Netflix son las que reflejan esta realidad del mundo verdadero. Series como “Arenas Movedizas” o “Sex Education”, que muestran a legiones de adolescentes a la deriva por la vida, sin brújulas orientadoras tanto en lo afectivo como en lo moral. Sinay se refiere a este fenómeno como una epidemia de alcance mundial, y habla de orfandad funcional porque en la mayoría de los casos se trata de adolescentes cuyos padres y madres están vivos, conviven con ellos e incluso los atiborran de bienes materiales, pero están ausentes de las funciones parentales básicas: transmisión de valores a través de conductas y actitudes, fijación de límites orientadores, presencia real y encarnada, contención afectiva, diálogo y escucha, preparación y entrenamiento para un crecimiento integral, etc.
Desconozco si los guionistas de Cobra Kai se propusieron abordar este tema de forma explícita, pero en la historia aparece una y otra vez, a mi entender con mayor nitidez que en ninguna otra serie o película que haya visto. Daniel Larusso y Johnny Lawrence, los protagonistas y archienemigos, son dos huérfanos reales, hijos de padres fallecidos, a quienes el hambre de paternidad los lleva a buscar papás sustitutos. Larusso encuentra un padre sano en el famoso señor Miyagi, y quizás esa sea una de las causas de la personalidad sólida, la familia bien constituida y la vocación creciente con las que aparece en Cobra Kai, 36 años después (perdón por el spoiling a los que no vieron la serie). Pero en el caso de Lawrence, el que ejerce ese rol paterno durante su adolescencia es el nefasto Sensei John Kreese, que influye en él de forma tan nociva que, 36 años después y ya convertido en un grandulón, el pobre Johnny sigue lidiando con los traumas generados por esa paternidad tóxica.
Sin embargo, el verdadero drama que muestra la serie no es el de Daniel Larusso ni el de Johnny Lawrence. Es el de esos cientos de adolescentes, huérfanos reales, huérfanos funcionales, o hijos abandonados por sus padres, desesperadamente sedientos de un padre que les brinde identidad y propósito en la vida. Desde esta carencia básica se escribe todo el argumento y el perfil de los personajes: el chico tímido que vive solo con su mamá y su abuela, y necesita un hombre adulto que despierte su valentía varonil, el nerd con la autoestima por el piso que de repente encuentra alguien que lo valida, la chica popular de la escuela, una millennial caprichosa “de manual” que hace lo que quiere total sus papás nunca están en casa ni le ponen límites… Aún en la familia Larusso, un hogar sano y funcional, el hijo preadolescente aparece siempre conectado a alguna droga tecnológica, sea celular, Tablet, PlayStation u otra pantalla, mientras sus padres están ocupados en su concesionario de autos u otros asuntos. Por más que uno se encariñe con los personajes y se ría de las situaciones graciosas que van surgiendo en los episodios, no puede dejar de escuchar el grito desgarrador en lo profundo de cada uno de esos adolescentes. Es el grito por paternidad.
Y el grito transciende la paternidad. En realidad abarca la adultez en general. ¿Dónde están los adultos responsables cuando se desata una guerra campal entre estudiantes, en el comedor y los pasillos de su escuela? ¿Dónde están los directivos? ¿Dónde están los profesores? Llama la atención la ausencia de adultos, no solo en estas escenas sino en toda la serie. ¿Dónde están los papás de esos adolescentes que van a entrenarse en Cobra Kai, a cualquier hora y en lugares oscuros? En términos de Sergio Sinay, esos chicos y chicas son la mejor representación fílmica de “La sociedad de los hijos huérfanos”.
Si te preguntaran si la cuarentena mejoró o empeoró la relación de los adolescentes con sus padres, ¿Qué responderías? Probablemente la mayoría creerá que la empeoró, teniendo en cuenta las fricciones inevitables de una convivencia prolongada, el estrés relacional y los cambios disruptivos en las rutinas diarias de padres e hijos. Pero no. Según una encuesta de la Fundación Aiglé, una de las instituciones más serias en el campo de los vínculos y el comportamiento psicosocial, de los adolescentes consultados fueron más los que afirmaron sentir que la relación con sus papás había mejorado en estos últimos meses, que los que dijeron que había empeorado. ¿Sorprende? Evidentemente la simple presencia de los padres en casa, aunque sea bajo condiciones no ideales, con roces y momentos tensos de por medio, logra mejorar significativamente la relación con sus hijos. Pareciera que la lógica de los chicos es “Los prefiero estresados pero presentes, que ausentes y desconectados”.
Ojalá esta pandemia de Covid-19 nos haya servido para reflexionar sobre las cosas importantes de la vida y seamos capaces de percibir y revertir la otra gran pandemia que hace años se viene propagando a lo largo y a lo ancho del planeta: la dolorosa pandemia social de orfandad, que devasta generaciones enteras. Que el tiempo en casa nos sirva a los padres para mucho más que solo sentarnos en el mismo sillón junto a nuestros hijos, a ver una serie entretenida (aunque a esta altura, cuando en la mayoría de los hogares cada uno se dopa detrás de su propia pantalla de forma individualista sin siquiera registrar al otro, el simple hecho de mirar juntos para el mismo lado ya es algo meritorio, un verdadero síntoma de salud relacional) Que nos sirva para mirarlos a los ojos, decirles cuánto los amamos, interiorizarnos de lo que les pasa y lo que sienten, llenarlos de identidad y propósito, compartir con ellos algún hobby, corregirlos con amor y firmeza, nutrirlos de afecto y valores, entrenarlos para la vida… Seamos sus “Sensei” más admirados, su faro, su brújula, su refugio. Seamos la generación de padres que pone fin a esta pandemia y deja un legado trascendente.